Alberto Durero
(Albrecht Dürer; Nuremberg, actual
Alemania, 1471 - id., 1528) Pintor y grabador alemán. Fue sin duda la figura
más importante del Renacimiento en Europa septentrional, donde ejerció una
enorme influencia como transmisor de las ideas y el estilo renacentistas, a
través de sus grabados. Se formó en una escuela latina y recibió conocimientos
sobre pintura y grabado a través de su padre, orfebre, y de Michael Wolgemut,
el pintor más destacado de su ciudad natal.
Detalle del Autorretrato de 1498
Como era habitual en la época, al concluir sus
estudios realizó un viaje, que lo llevó a diversas ciudades de Alemania y a
Venecia (1494), ciudad a la que regresaría entre 1505 y 1507 y en la cual
recibiría las influencias de Andrea Mantegna y Giovanni Bellini, además de asimilar los principios del humanismo.
Previamente había contraído matrimonio y abierto un taller en su Nuremberg natal,
donde se dedicó a la pintura (Retablo Paumgärtner) y sobre todo al grabado.
A esta época pertenecen las series de
grabados El Apocalipsis, La
Gran Pasión y la Vida de la Virgen,
convencionales en cuanto a temática pero revolucionarios por lo que se refiere
a su concepción y su complejidad técnica. Las figuras, plenas de expresividad,
son esculturales y están definidas por una multitud de detalles. La
minuciosidad es precisamente uno de los rasgos destacados del estilo de Durero,
carácter que es probable que heredara del oficio paterno.
Después de su segunda estancia en Italia, pintó
algunas obras de grandes dimensiones como El martirio de los diez mil,
en las que incorporó la riqueza del colorismo veneciano en composiciones de
gran dinamismo y repletas de figuras. También por entonces pintó las figuras de
tamaño natural de Adán y Eva, pieza clave de su creación artística.
Los cuatro apóstoles (1526), de Durero
Tal era su fama que fue nombrado pintor de corte
del emperador Maximiliano I de
Habsburgo (1512); también el
emperador Carlos V lo reclamó. De Maximiliano
realizó retratos de carácter, animados por la riqueza y variedad de las texturas, que rivalizan en
perfección con los diversos autorretratos del pintor, quizá lo más conocido de
su obra. Alberto Durero gustó de retratarse a sí mismo desde la temprana edad
de trece años y mantuvo siempre esta costumbre, reflejo del nuevo interés
renacentista por el hombre, y en especial el artista.
Sin embargo, son los grabados las realizaciones en
que dio una muestra más cabal de su genio; destacan los de 1513-1514, sobre
temas imaginativos y que permiten varios niveles interpretativos: El caballero, la muerte y el diablo, San
Jerónimo en su estudio y la
triste Melancolía I, su obra cumbre como grabador, que constituye una
compleja alegoría sobre las dificultades con que tropieza el artista en la
realización de su obra creativa.
Durante los últimos años de su vida, Durero se
centró en la ejecución de un retablo para su ciudad natal: Los cuatro apóstoles. Esta obra, de grandes dimensiones e intenso
colorido, refleja el trabajo de toda una vida, en particular los numerosos
estudios que había hecho sobre las proporciones y la monumentalidad de la
figura humana.
Se recuerdan también como obras de un maestro
algunos de sus dibujos de plantas y animales, así como las acuarelas pintadas
por puro placer a partir de paisajes que había contemplado durante sus viajes,
y los dibujos de gentes y lugares de los Países Bajos, que constituyen un
testimonio histórico inapreciable. Erasmo de Rotterdam le dedicó la mejor alabanza que un humanista
podía hacer de un pintor, al definirlo como el «Apeles de
las líneas negras».
Fuente:biografiasyvidas
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